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Los Cuarenta Principales
Antología poética (1975-1994)
Prólogo de Miguel d'Ors
Diputación de Granada. 1999
© Vicente Sabido Nota bibliográfica
Esta antología poética, titulada Los Cuarenta Principales (1975-1994), apareció por vez primera como libro tradicional, en papel, en la colección Maillot Amarillo del Servicio de Publicaciones de la Diputación de Granada en 1999. Esta edición electrónica ha sido publicada en la página web www.vicentesabido.com en el año 2012.
Como si fuese un prólogo
Si el primer libro de Vicente Sabido, Aria, marcado por el irracionalismo y el culturalismo, T. S. Eliot, la música pop, Whitman, la poesía oriental y Saint-John Perse, ha de considerarse un típico producto de su época -1975-, desde Décadas y mitos (1977) la voz poética de Sabido tiene ya el sonido personal que la caracterizará a lo largo de toda la trayectoria lírica del autor extremeño.
Sonido personal, sí, pero de timbre próximo a los de algunas otras voces líricas de su generación: aquellas que en la década de los setenta, al margen del estrépito “novísimo”, se propusieron, cada cual a su modo, la difícil y nada espectacular tarea de recuperar el sentido clásico de la poesía. Recordemos, para no carecer de unos puntos de referencia, los nombres de Juan Luis Panero, Antonio Colinas, Carlos Clementson, Javier Salvago, Fernando Ortiz, Eloy Sánchez Rosillo, Abelardo Linares, Víctor Botas, José Luis García Martín o, a partir de cierto momento, los propios Luis Antonio de Villena y Luis Alberto de Cuenca.
Desde aquel segundo libro, la poesía de Vicente Sabido se ha movido por un territorio temático y tonal notablemente ancho, lo que hace de él un autor difícilmente encasillable: en Sabido coexisten un intimista elegíaco neorromántico, un poeta descriptivo —a veces casi un parnasiano-, un lírico metafísico, un poeta social de agudo sentido ético y un autor metapoético, con un estilo que, según las necesidades expresivas de cada momento, recurre también una gama de registros que va desde el prosaísmo realista a cierto irracionalismo visionario, pasando por la entonación de alto coturno de ciertas composiciones con empaque de oda clásica.
Pero, sean cuales fueren los temas líricos y los recursos verbales empleados, Sabido es desde aquel segundo libro un poeta con un oficio maduro y sabio, capaz de emplear con intención expresiva hasta los menores detalles. Es precisamente en lo (aparentemente) accesorio donde la excelencia técnica de un poeta resplandece con más claridad. Véase, por ejemplo, en “Del tiempo viejo” la sutilísima y admirable gradación de los tiempos verbales: el poema comienza hablándonos en pretérito imperfecto de la belleza de “aquellas noches tibias” de un pasado ya remoto; después, imperceptiblemente, pasa a usar un gerundio que, sin romper con aquel pasado, envuelve la tercera estrofa en una atmósfera intemporal; esta atmósfera sirve de puente para abolir la conciencia del tiempo y continuar -cuarta estrofa— en presente, presente histórico, y a ese presente se incorpora idealmente, como el niño que fue, el protagonista poemático en la estrofa penúltima. El “tiempo viejo” ha dejado de serlo: “Bajo la enredadera / hay un clamor de risas. / Mis padres. Tía Maruja. / Limón. Agosto. Cal. Somos dichosos”. Es precisamente esta elasticidad, esta moldeabilidad del tiempo lo que motiva el interrogante verso final: “Dónde desagua el tiempo. Di. Decidme”.
En “Jardín neoclásico” los primeros versos dibujan el ambiente de racionalidad, lucidez y orden que habitualmente se asocia con la cultura de la Ilustración. Sin embargo, al final de la tercera estrofa aparecen, inquietantes, unas “mortales belladonas”, y su presencia marca una inflexión en el rumbo general del poema: a partir de ahí el decorado se viene abajo y el jardín muestra, ya evidente símbolo de la Modernidad, “aguas / mefíticas, sin brillo”, “un viento desvalido” y una “hojarasca” elegiaca. En él, acaba diciéndonos el poema, “reposan en nublado / los huesos de una edad oscurantista”: la llamada por antonomasia edad de las Luces o de la Razón.
“Un cazador” comienza presentándonos a un antepasado nuestro de hace unos seis mil años, solo y sobrecogido ante la fuerza indomable y oscura de la naturaleza: la noche, la lluvia, la tormenta, el lobo que aúlla “famélico, amarillo”. Tan oscuro para sí mismo como la noche, y, como el lobo, también “famélico, amarillo”, el hombre primitivo “estrecha / contra su corazón helado / un hacha de diorita”. Y en ese gesto está el miedo de todos los hombres, el miedo del Hombre frente al inmenso enigma de la existencia.
El hecho de que hablando de estas cosas, que alguno llamará desdeñosamente minucias técnicas, hayamos llegado al terreno de la visión del mundo, o hasta de la metafísica si se quiere, muestra bien a las claras que, en Poesía, las minucias no son tales: un poema es una unidad, una admirable criatura orgánica, en la cual cualquier pormenor de forma -un adjetivo, un ritmo, un acento, una mayúscula, una coma...- termina siendo siempre, en mayor o menor medida, cuestión de fondo. Sólo el poeta que domina la técnica está en condiciones de expresar su concepción de la realidad y de expresarse con ella a sí mismo. Pensándolo bien, ¿cómo sería posible hacerlo si no fuese mediante la técnica? Por eso, destacar la excelencia del oficio de Vicente Sabido es a fin de cuentas destacar su excelencia como poeta.
Miguel d’Ors
- Dedicado a mi hija Blanca
De Aria (1975)
Iconos
II
Folias rosarum
Albo sublato
Rino inseris ut sutilis facias...
Olíamos a lapicero, a libreta rayada
a mañanas largas de febrero malo.
III
En El Pedroso, en un pueblucho de mi España,
en un poniente de tomillos irreales,
en una acera hollada por las gentes,
he visto escrito Amor,
al filo de la noche, cuando todos se habían ido.
Canto solar
Yo tornasoleo los jarales, asusto a la trucha amante de la piedra, renuevo corazones desprendidos de su savia. Yo relumbro en vuestros ojos despiertos y salvajes, mozas y verracos forjados en granito. Yo azuzo las bestias de la casinoche, zureo a las palomas que posan en las vaguadas, desgrano el trigo como con maldades. Yo desnudo campas y casares, acaricio el basalto curvado en arquetas, me asiento en los pobres relojes del puebluco, alimento el polvo ilusionado en la escalera.
Yo me hundo entre surcos y tejados, en las almenas picadas de tu barrio, en los tiestos de lata que la yerbaluisa cimera. Por mí florecen el enebro y el canto de la calle. Yo me estanco en los ojos de los puentes, yo deshago amoríos de nubes, trepo sin malicia por los aguaduchos, beso chorros de yedra en donde nace el mundo.
Encontradme en las lanas de los perros, allá donde terminan las encinas, resbalando cariñoso los oteros, encauzado en callejas angustiosas, enjoyando las albas que me permita la niebla.
Sé cómo el calor se apaga en la flor algodonosa. Sé cernirme sobre alcores de sandías. Sé escurrirme por las rendijas del orbe y encontrar mi reposo entre unas manos albas.
He apagado la mirada frutal de las muchachas. He dorado al gato y al pimiento. He surcado las calles silenciosas. He jugado al escondite con las crestas frugales del arroyo.
Saben de mí la oreja y la sombrilla, la miel que se aburre en orzas. Saben de mí el niño mediañero en su cunaza y el estudiante empanado en la buharda.
Yo, el Sol.
De Décadas y Mitos (1977)
Jardín neoclásico
Geometría perfecta.
Coherencia
de mentes ilustradas.
Las rectas avenidas
a trechos salpicadas de glorietas
se pierden entre brumas matinales.
Exhiben las terrazas
moradas buganvillas, lilas, lotos,
claveles, pensamientos, siemprevivas,
mortales belladonas.
Piletas de hormigón acunan aguas
mefíticas, sin brillo.
Un viento desvalido
esparce la hojarasca en remolinos.
Tal vez en otra tierra el sol estalle
en rápidas cascadas oromieles,
pavesas irradiantes.
Aquí en cambio
reposan en nublado
los huesos de una edad oscurantista.
Antepasados
Llegaron de muy lejos.
Hartazgo de camino
sembrado de esperanza.
Hicieron sus cabañas,
sepulcros y alcazabas
con cánones exóticos.
Dejaban tras de sí
paisajes más bravios,
recuerdo sin raigambre.
Eran escoria, ripio,
sin tiempo ni ventura.
Vinieron. Se quedaron.
Están. Somos nosotros.
Décadas
Por dédalos de calles,
por plazas y plazuelas
dejé los claros juegos de la infancia,
dejé mi transparencia y mis costumbres.
Oh cielo azul ameno. Yo crecía
rodeado de sillares y columnas,
vestigios de una Historia
gloriosa según unos
y trágica para otros. La sagrada
España concluía
en la total vorágine del odio
que a todos arrastró.
Y supe de la muerte
que llega sin llamar a los hogares
de propios y de extraños.
Que llega sin llamar y ya se ha ido
llevándose consigo...
Pero éste no es momento de rimados.
Salidos de una guerra,
sufriendo los reveses de una Historia
adversa, siempre en contra,
crecimos a la sombra de los muertos.
Maldita piel de toro,
hambrienta y humillada
por siglos de vergüenza.
Rain and tears
(Lluvia y lágrimas)
Y tú, querido Alberto,
que un día yo envidié por evadirte
de casa de los viejos
en busca de la dicha por las playas
calientes, andaluzas,
contéstame qué se hizo de tu orgullo:
si Torre de Babel perpetuamente
confusa y rutilante
o apenas el llorar ceñido al cuenco
pequeño de las palmas.
Gozabas de visiones sociomíticas:
hembrajes en furor quemando rimmel
a Diana Cazadora y Afrodita
indistintamente.
Cuando en las horas muertas
soñamos submarinos amarillos
¿pensabas en amar o en la tristeza
que hurgabas en tu adentro?,
¿pensabas en azules singladuras
donde arropar tu ilusa hipocondría?
Ahora que lo pienso
(detrás de los cristales lluvia y llanto)
y endulza mis oídos
la música inefable del sesenta,
a ti te lo pregunto:
adónde fue tu orgullo.
A ti, querido Alberto,
con dos palmos de tierra sobre el gesto.
Escena silvestre
Crepita
-ascua pequeña-
la luz de un candelabro
en el zaguán oscuro.
A las alturas
asciende, caracol, la escalinata
de piedra serpentina verde vivo.
Bisagras
en fúlgido latón.
Picaportes
de plata repujada.
En medio punto
se comban los sillares de la bóveda.
Cortinas de tisú. Viejos iconos.
Adustos arabescos. Las butacas
en cuero y tafetán. Vidrios múranos.
Ella pudiera
pasar por treintañera si su genio
arisco y desabrido no mostrara
su horrendo climaterio.
Gota a gota
extrae del clavicémbalo las notas
frutales de Vivaldi.
La cultura
por Dios es lo primero.
Él se conserva
maduro a duras penas. La política,
el tenis y la bolsa
enjugan su mojado aburrimiento
de pensamientos fálicos.
Traeremos de Bangkog un amuleto
como el de Leo Sanz bla bla bla bla
Si todo es sueño ahora
y despertar de un sueño lleva tiempo,
el sueño de la historia razonable
—sin ninguna razón- que ahora vivimos
¿cuándo despertará?
No soy profeta.
Variación sobre el tema del rey vagabundo
El mar es una gema en este Otoño.
El cielo atrapa albatros y petreles
muy alto, por encima de las crestas
y los senos oscuros de las olas.
En la ciudad sin nadie
el viento arrastra acacias y pasquines,
muñecas de cartón, preservativos,
gotas de lluvia gris, latas vacías,
flores de celofán, tejas, diarios,
ecos de algún cantar, huesos, ramaje,
fotos, risas, lamentos.
Mi trono es una silla
vencida y despintada
y reino sobre el polvo.
Mitos
Alicia y sus espejos, Blancanieves,
Pinocho, Supermán, Ulises, Héctor,
Elena, el Minotauro, Pan, Pandora,
no acuden a la cita. Cien mil mitos
no bastan a llenar una vasija
sedienta de verdad en esta tierra.
Qué queda por decir si todo es uno
Porque mi corazón late al unísono
de tantos corazones que a lo largo
del año y los lugares se me cruzan,
qué anhelo compartir con cada uno
su pena, su esperanza, su cansancio.
Está el temor contado. Están contados
los pelos y señales. Pena y gozo
contados a medida de los cuerpos.
Contada hasta la angustia, la alegría,
los golpes de la aguja en las esferas.
Contados el latido y la sonrisa,
la lágrima, el calor, la amanecida.
Un solo desamor mora en el mundo.
Una sola caricia. Un beso solo.
Un llanto a flor de piel. Una ternura.
Un solo caminar por muchas sendas.
Qué queda por decir si todo es uno.
Metapoema
Polilla del olvido
deshizo el corazón y los lugares,
mas el recuerdo tierno
dio a luz esta criatura perdurable:
los versos que sostienes,
a salvo de la muerte cotidiana.
Poesía no eres tú.
No el sentimiento a secas. No un producto
sonoro sin sentido.
No idioma discursivo, claro y fósil.
Poesía, las palabras
gastadas de la tribu, revividas
a ese nuevo fulgor
que no tuvieron nunca, que el poeta
inventa a cada paso
a ciegas, en coloquio con sí mismo.
Regreso al Sur
Primavera es el aire, las callejas,
los jazmines nocturnos,
una niña dormida en los balcones,
el crujir de un ciprés.
Sentado en una banca carcomida,
cercado de heliotropos
y hojuelas de cerezo que tamizan
las luces en suavísimos morados,
mis ojos se detienen en la araña,
en la pequeña hormiga, en el albero
que estofa de oro viejo los caminos.
Oh tierno Sur de entonces.
Sobre el ramaje pasa
un resto de algodón. Abril lluvioso
dio a mayo el florecer la vida invicta.
No muerta, aletargada.
Al corazón reseco
se opone por rechazo
el vivo verdecer húmedo y fresco:
los chopos, los alerces, este tiempo.
Y rueda el universo,
y gira como el huso
volteado entre unos dedos virginales.
El mundo no está muerto. Eso es mentira.
Sólo el alma envejece.
Casi en el centro un pozo
dispara al cielo esbelto su espadaña
de la que pende, herrumbre,
una polea oscura.
Yo pienso, leo, recuerdo
los años transcurridos por sorpresa
en el sepia vetusto de unas fotos.
Y rueda el universo.
Y gira como el huso
volteado entre unos dedos virginales.
El mundo no está muerto. Eso es mentira.
Sólo el alma envejece.
De Sylva (1981)
Del tiempo viejo
Aquellas noches tibias
los grillos de cristal,
las temblorosas
esquilas, el aroma pequeño del jazmín,
ahogaban con su música
el rumoroso vals de las constelaciones.
Y las abuelas negras
en sus sillitas viejas
hablando de los muertos, las cosechas...
Los niños en la plaza
juegan al escondite.
Verano lentamente
inunda, lame, aquieta...
Bajo la enredadera
hay un clamor de risas.
Mis padres. Tía Maruja.
Limón. Agosto. Cal. Somos dichosos.
Dónde desagua el tiempo. Di. Decidme.
A una niña pelirroja
La plaza. El torreón.
Un viento aletargado
se enreda en las almenas.
Avispas en la fuente
de bronce. Y el laurel
parece fuego verde en esta siesta.
(Una niña
de pelo rojo y ralo con un cesto
de dulces y tabaco en mi memoria
pequeña, dulce y agria se detiene.)
Hay un olor a cuero,
a polvo, a claridad. Un perro duerme
bajo la piedra heráldica.
Oh pueblos de Castilla.
(No tengo qué pedirte ni ofrecerte:
un beso, una palabra, unas monedas,
un soplo de frescura.)
Mil vencejos
como venablos negros por el cielo
azul tirante y limpio.
(Dime quién
tus ojos a la vida abrió de golpe.)
Detrás de los cristales gesticulan
encajes, manos albas...
(Dime quién
te trajo a este dolor y a mi recuerdo.)
1940
Entonces
las veigas entre niebla,
las vacas con carbunco,
el hórreo verdinegro y las panochas
bajo los cielos gasas.
O tal vez
llanuras de molinos incendiados,
meses de polvo y mosto,
senderos de herradura adormecidos
que huellan el arriero y las urracas.
Entonces el pan duro y las cebollas
podridas, el quinqué de queroseno
apagando las noches,
las viejas enlutadas y la polio,
la taba, la peonza, aquellos dulces
de pascua.
Pues naciste en un tiempo memorable
de llanto, vino tinto y gabardinas
sobre un millón de muertos recién muertos.
Feria
Oigo girar el mundo, con los ojos
cerrados en la noche de septiembre
mientas la brisa tibia entre las hojas
susurra mil canciones que no entiendo.
Y quiero recordar, y no lo logro,
un nombre o un paisaje en la lejana
distancia de los años. Canta un grillo
y al fondo el alboroto del ferial.
Un aire de fritanga y caramelo
y polvo blanquecino ha penetrado
por la abierta ventana. Y, de repente,
como un milagro alegre de cantiga
la mente se ha encendido: el vagabundo
del viejo acordeón, sentado, toca.
Ars Poetica
Cuando el pasado llega hasta tu puerta
y pide explicaciones y no puedes
echarlo ni atenderlo y es muy tarde
y no hay nada que hablar y estás al borde.
Y sientes la tristeza agarrotarse
en torno de tu aliento y estás solo,
más solo que un cartón bajo la lluvia,
y no quedan excusas ni razones.
Y hay lágrimas de sangre en tu mirada
y estás gritando quedo o es un alto
susurro tu oración a quién, a quién...
Entonces mira lejos, a otro tiempo
sombrío o luminoso qué más da,
y escribe esta canción y sigue vivo.
Ante un retrato oval
Misterio del cabello
que refleja
un cielo amortajado
de noviembre.
Misterio de unos ojos
verdeplata,
aún libres de dolor
y desencanto.
Misterio de unos años
marchitados,
al margen de mi vida
para siempre.
Sylva
A Blanca
Andabas por las calles del otoño
calladas de humedad y el amarillo
concierto de los árboles te amaba.
Te amaba el cielo gris y los tejados
umbrosos y los pájaros humildes
y el viento oscuro y fresco de los bosques.
Te amaban las vaguadas, las colinas
sangrientas de amapolas.
Y en Mérida te amaban
los blancos capiteles, la sonrisa
marmórea de los dioses mutilados.
Te amaban las cigüeñas vergonzosas
y hasta los lapiceros que mordías.
(Lento espigaba el trigo.
Lenta el agua buscaba las raíces.
Lenta la yerba crece. Lento el hombre
echa la hoz. Y trilla. Y lento amasa
su pan con llanto y fuego.)
(El tiempo no perdona
ni a la roca más firme ni a la rosa
más tierna.
El tiempo quiebra
los cielos más azules y las aguas
más tersas.
Como un cáncer
agrieta dulces sueños, da al olvido
palabras de pasión, gestos heroicos.)
Perdida en el invierno.
Perdida entre la lluvia
fresquísima de enero.
Subiendo por el frío.
Subiendo por la pena.
Subiendo por el llanto y por el gozo
con tanta certidumbre.
Andabas por las calles entornadas
donde la madreselva trepa
las altas tapias blancas.
Andabas los pasillos soñolientos
del Instituto viejo, con tu risa
cristal, entre los muros
cargados de expedientes y pintadas
ingenuas sobre el sexo y el gobierno.
(Andabas por los ojos de tu madre
marcándole el camino, como un faro
en medio de la niebla.)
(La tarde es de tormenta.
Las nubes montañosas
descargan su coraje por los campos.
Agreste sinfonía
detrás de los vitrales.
Yo recuerdo
los góticos pináculos de Burgos,
en tanto la gramola toca graves
cantigas alfonsinas.)
Andabas por las playas de septiembre:
almendros, sal y conchas. Conocías
el vuelo de los pájaros marinos,
las caras de la arena, los dibujos
efímeros del agua entre las peñas.
Aprendiste los himnos de las olas
cantando jubilosas a la muerte.
Gaviotas, arrendotes. Conocías
la bóveda nocturna estrella a estrella
y les dabas mil nombres misteriosos,
helados, cristalinos,
ya polvo en la memoria.
(Inventa nuevos cielos.
Inventa nuevos mares. No te canses,
amada, de enseñarme como a un niño
las voces del silencio en un jardín desierto, la caricia
profunda del crepúsculo,
la música pequeña de las lilas.)
Ni siquiera sabemos qué es la vida,
para qué preocuparnos del detalle:
las curvas de la rosa, el vuelo tibio
de una paloma blanca, y el azar
que trajo hasta mis ojos tu mirada.
Y yo con mis costumbres,
al margen de tus cosas,
al margen de tu cine y tus zapatos,
al margen de tu blusa y tu sonrisa,
tu tos y tus muñecas,
tu pena, tus blue-jeans y tus amigas.
Y yo perdiendo el tiempo
entre los polinomios y los Beatles,
entre la bicicleta y los Urales,
las Tablas de la Ley y las estampas.
Pensar que en dos minutos
hubiera compartido tus paisajes,
tus sueños, tu rutina.
Que estabas a un suspiro de mis ojos,
a un paso de mi aliento.
Y que quedaba
aún tanto hasta el encuentro.
Tú, lejana, subiendo por el pozo
de los años, oscuro y resbaloso.
Subiendo por mis días sin saberlo.
Pasando de la rosa hasta la página
más gris de la gramática.
Pasando del latín al tocadiscos,
al chicle y Julio Verne.
Subiendo por los siglos y las simas
hasta tocar mis labios.
Pensar que por tus huellas
andaba sin saberlo.
Pensar que respiraba donde el aire
guardaba tu latido.
Pensar que tantas veces he tocado
el hueco de tu cuerpo.
Pensar que he compartido tanto abril
a un paso de tus ojos.
Pensar que te soñaba desde niño
y estábamos despiertos y tan cerca.
He dado tantas vueltas
para llegar a ti. Me he desviado
por tanto falso atajo que es milagro
tenerte entre mis brazos.
Cuántos días
brillantes como espejos. Cuántas noches
de asfixia y alquitrán. Mi corazón
lento sangraba. Y bajo el cielo
helado, solitario, yo buscándote.
Buscándote en los chopos
de plata y en los charcos del invierno.
Buscando entre las hojas
tu dulce piel sedeña.
Buscándote, perdido, como un loco
persigue la razón en su delirio.
Perdido en el neón y las películas.
Perdido en los caminos cotidianos.
Perdido entre los libros,
y las conversaciones y las copas.
Inútil entre inútiles sin ti.
Cadáver entre muertos sin tu vida.
Amor, dime el secreto
designio de las cosas.
Por qué el tiempo
nos ciega, tiende trampas,
nos pierde en laberintos.
Amor, por qué la vida
no es buena con nosotros, nos aprieta
el alma hasta el gemido
y se alimenta
con lágrimas de sangre.
Viniste como un sol amigo y tibio,
como un caudal de rosas, como un viento
de Sandro Botticelli,
como una sinfonía
de flautas de madera y mandolinas.
Te adoro en tus pupilas, en tus cejas
arqueadas y sumisas. Cómo fulge
la frente blanca y dulce en la cascada
castaña de tu pelo. Cómo vuela
tu risa por mi pecho. Cómo tiembla
mi voz enamorada
cuando chocan mis ojos con los tuyos.
Déjame, amor mío, en este instante,
en este instante azul agazaparme
pequeño entre tus brazos,
pequeño entre tus labios y decirte:
escucha mi silencio.
Escucha mi silencio y mi alegría.
(El mundo es nuestro lecho y nuestra casa.
Despierta, amor. Despunta una mañana
de campos de algodón tímido y albo.
Da cuerda a la ilusión.
Volvamos al principio a cada instante.
No es tarde para nada. Nunca es tarde.
No tengas miedo nunca.
Ven.
Escucha.)
Chanson d'amour
Ojos verdes. La luz
del velador
temblaba en tu sonrisa
robada a Botticelli.
Ojos verdes. Qué triste
se me antoja
el tiempo que has vivido
tan lejos de mi vida.
Ojos verdes. Otoño
calmo y ancho.
Llamando a mi silencio,
tu más tierno silencio.
Felipe II cabalga por los prados del cielo
Cualquiera que quisiera
pudiera hoy observarlo
-guadamecí las botas,
pardusca la estameña de sus calzas,
el sayo de palmilla-, paseando
entre los juncos empíreos, junto a las fuentes
rizadas, puras, frescas, cristalinas,
un poco literarias.
Atusa sus cabellos.
Se pierde en los luceros que estallan a poniente.
Y sueña en sus dominios,
abajo, en los espacios atmosféricos.
Fronteras clausuradas.
Resurge por doquier la invisible amenaza.
El turco y el inglés tal vez hostiguen
las playas abrasadas de Gata a Finisterre.
Y Francia, la ramera,
asoma sus encantos
encima de los picos
del tronco pirenaico.
(Yo pienso en tantas vidas cercenadas,
igual que un vino añejo
vertido en un zaguán, en un establo.)
Adagio para una diosa muerta
En Mérida, septiembre, 1978
Otoño era un estanque de luz dorada y vieja.
Era un abrazo seco de viento y hojarasca.
Era un paisaje blanco de fustes derrocados
cantando sin palabras por una diosa muerta.
Era roja la luna. Eran las noches tibias.
Eran los hombres gritos de amor o desengaño.
Era la tierra vino, sudor y sed, sarmientos
cantando sin palabras por una diosa muerta.
Entonces vine al mundo. Entonces la tristeza
miróse en el espejo de mis ojos antiguos.
Era redondo el mundo como una inmensa pena.
Era una flor el tiempo, huidiza y delicada.
Pronto crecí. Veía mis ojos agrandarse
en las profundas pozas del río encadenado.
Las hondas aguas negras, al pie de las murallas
cantaban sin palabras por una diosa muerta.
Guadiana sólo enseña su música y leyendas
a los que en sus orillas crecieron y jugaban.
Él es el que se marcha y el que siempre se queda
cantando sin palabras por una diosa muerta.
Guadiana, dime tú: ¿Es cierto que ella vive
al margen de mi vida, de nuestro breve paso?
¿Es cierto que ella gira, gloriosa como nunca
en un lugar sin tiempo, más allá de los soles?
¿Y donde aquí hay ruina, allí la arquitectura
dorada y blanca ofrece su cuerpo de alabastro
a un aire enamorado que teje en sus columnas
fantásticos tapices de estrellas intangibles?
¿Y acaso es que no cambia si cambia su apariencia,
si su sonrisa blanca es hoy gesto de muerte,
si sólo huesos blancos hoy tristes nos ofrece
donde la blanca carne lucía su hermosura?
¿Y entre los capiteles vencidos y los fustes
hay un latir de sangre, de risa agazapada?
¿Y tras de los andrajos graníticos, persiste
el ritmo de un aliento carnal, fresco, oloroso?
¿La pálida hermosura de un arco gris, herido
de inviernos, sin ternura, veranos infernales,
es un reflejo débil del Arco que, por siempre,
reposa en el silencio, inmóvil, perdurable?
Inmóvil, perdurable, tal vez ella pervive
detrás de este paisaje de piedras derruidas,
rotos anfiteatros, vasijas mutiladas,
naumaquias sin trirremes, sin velas ni guerreros.
Guadiana, como tú yo me marché. Y regreso.
Siempre estoy regresando junto a la hermosa virgen
dormida entre los valles. ¿Dormida o muerta? Calla:
Tú no tienes derecho a romper el hechizo.
Morimos los humanos. Ella nos sobrevive
y exhibe una ruina que es nuestra, sólo nuestra.
Sólo la imagen rota que nuestros ojos rotos
vislumbran en la niebla de un tiempo sin raíces.
¿Muerta o dormida? Calla. Tú no tienes derecho
a perturbar ni un aire, ni un rizo, ni un suspiro.
Y aún menos el hechizo secreto de una diosa
que nos sonríe, hermosa, más allá de la muerte.
Cabina telefónica
Esta cabina gris bajo el cielo gris de un año gris.
(Aquí llamo a mi amor, a un taxi, a...
Y me refugio, gris, bajo la lluvia antigua.)
Esta cabina gris supone el Universo,
la caudalosa historia.
Implica las Cruzadas y sin ella
nunca Constantinopla fuera tomada por los turcos,
nunca los bajeles de la Armada Invencible
hubieran abandonado la quietud lisboeta.
Esta cabina gris bajo el cielo gris de un año gris
supone el nacimiento de Gautama,
de Cristo, de Prokofiev,
de Hitler, de Alejandro, de Fernanda
Rodríguez.
Sin ella ni las rocas
más firmes, ni los sueños
más sueños,
ni el salto del salmón contra corriente,
ni el Codex Calixtinus,
ni el llanto de los sauces anteayer,
ni aquella llave rota, ni aquel postigo abierto,
ni todo lo contrario.
Por ella, el otoñal
adagio de las hojas en el lago,
y el rápido caer del hacha en la garganta
de Núñez de Balboa
(aún brilla en sus pupilas el Pacífico.)
Y el rumor del castaño bajo el foehn.
Y el gozquecillo aplastado en el asfalto.
Y las manos de Blanca tecleando un minuetto.
Sin ti ni los cornflakes de Roderick Murphy.
Ni la V-2 abatiendo las hayas de Hampstead.
Ni el buenos días de pasado mañana.
Ni las trovas de Juan Ruiz a la Gloriosa, a las furcias.
Ni el si mayor de Bach
coronando la fuga.
A ti, cabina gris, mi salvadora.
A ti mi verso gris y necesario.
De Adagio para una diosa muerta (1988)
Un cazador
Circa 4000 a.d. C.
Negra cae la lluvia
sobre los campos negros,
sobre el oscuro miedo
de unos ojos cerrados.
En la vaguada truena
un rayo amoratado
y el aullido
del lobo centellea
famélico, amarillo.
Famélico, amarillo
y oscuro, el hombre estrecha
contra su corazón helado
un hacha de diorita.
Banquete
146 d.d. C.
En el abúlico triclinio desembocan
pichones con pimienta y miel, ciruelas
rellenas de esturión,
lenguas de fenicópteros, cigüeñas
a la menta (qué
asesinada Primavera.)
Hermosos esclavos iberos
filtran el vino tibio de la crátera
y un danzarín andrógino
inicia el curvo vals de los delfines.
Mientras el sol destella
en los saleros de vidrio y en las copas
de electro y oro, mientras
Annio y Helena ensayan
entre manchas de vómito, en el suelo,
una destartalada escena de amor.
Los conquistadores
1537
Dejaron sus paisajes
de piedra. Malvendieron
la yunta y el arado
en busca de esperanza.
De vino y de ilusión
sembraron los senderos.
(El viento de la muerte
tras ellos, sigiloso.)
Hablaban de Eldorado,
de cielos en la tierra,
de mares de esmeralda,
del poder y la gloria.
Allá les esperaban
fiebres y encomenderos,
sangre y sudor, impuestos:
un lugar en la Historia.
Un ilustrado
1759
El cuadro representa
a un hombre alto y cano de mejillas
alegres y ojos garzos.
Viste un gabán de paño
y hay una luz de plata en su sonrisa
pacífica y antigua.
¿Qué días, qué veladas
tristezas, qué silencios dorados
entre los lentos libros, los ingenios
de física recreativa?
(Tu tiempo es nuestro tiempo: la violeta
que acabo de encontrar entre tus páginas
nostálgica y dichosa.)
En Versalles, en Viena, en Aranjuez,
arañas de cristal y ventanales,
pelucas, minués, juegos de naipes,
hebillas, porcelanas, broches, cintas,
espejos relucientes: nunca he visto un
brillo más oscuro.
No surcaste los mares.
No esclavizaste hermanos.
De tu gris existencia
nos quedan unas páginas de luz
sobre tanta tiniebla.
Independencia
1808
Se ha estremecido
la tarde, el aire quieto
de los establos.
Qué algazara
los niños, los relinchos.
Ya voltean
a guerra las campanas.
Ya se apostan
mozos en las almenas.
Llegan cartas
de Madrid.
Hay que salvar
el Trono y el Altar.
Urge
fortificar el puente, avivar
las fraguas.
Ruedan
bocoyes de salitre, orzas de azufre.
Joyas, aprisa, plata, telas, granos.
Avivad las espingardas. Otead
cielos y tierras.
Ya están aquí.
Ya vienen.
Ya retumban los cañones
por los campos quemados.
De Aunque es de noche (1994)
Amanecer (1956)
Del sueño al sueño voy. Las tiendecitas
oscuras del invierno
huelen a pimentón y lento aceite.
Un carro en la memoria o en las piedras
va a la labor, quedo, tranquilo.
En el luciente hogar la leche humea
y el sol miedoso trepa frescas tapias.
El día se llevó los negros chopos
de la plaza pequeña.
Soy niño. Soy feliz. Feliz me espera
mi heroico caballito de madera.
Recuerdo infantil (1958)
Libro de pastas verdes, con grandes hojas y selvas
y en tus ojos oscuros, abuela, se refleja
el ruido de la calle.
Y el patio al que regreso
con lágrimas furtivas.
El patio con arriates y mimosas
plantadas en bocoyes.
El patio, el patizuelo
que a mí se me antojaba en las felices siestas
profunda, verde fronda, más que la de tus libros.
Qué densa soledad aquellas tardes
el tiempo me ofrecía.
Qué mágicas andanzas tras los perros,
los gatos y las latas.
Qué oscuro microcosmos de grandeza
los viejos torreones, las campanas.
(Tras la persiana verde, abuela, tu universo
de espejos y de encajes.)
Espacio de la dicha que no ha de regresar
pues sólo en mí existía.
Dónde estará. No logro adivinarlo
cansado de mirar
sin inocencia.
Leyendo a un romántico inglés
Oh noche, qué suave
bajaste la ladera. Qué brillantes
pusiste los arroyos y brocales
de los pozos.
Oh noche melodiosa
de estrellas y susurros.
Oh noche, pues ahora
toda la casa es
como un claro de luna,
vela conmigo, quédate,
bésame lenta y dulce:
no me dejes a solas con el dolor del mundo.
Porque la casa está
como un claro de luna
y los objetos cantan en quietud
un himno de alegría:
quédate, lenta tú,
oscuro adagio, tú...
Pues el dolor antiguo parece aletargado,
parece que se ha ido para no volver nunca.
Guía para iniciados
He de revelaros un secreto: hay
en Granada sitios,
lugares donde el tiempo se remansa
como el agua en los pozos.
Por ejemplo, Plaza de las Pasiegas
donde el alto frontispicio de la catedral
da sombra a algún mendigo;
calle de Niños Luchando; recoleta
Plaza de San Nicolás, con acacias
y la Alhambra soberbia recortándose
contra el azul o el pálido lechoso
de la Luna; Carrera
del Darro donde el tiempo
discurre embovedado.
Y mi corazón,
tantos años ya en la recta
final de soledad.
Nirvana
Dorada sobremesa del otoño
en el albergue viejo.
Un libro junto al fuego rememora
algún instante muerto
Escuchas los susurros de las hojas
en el silencio seco.
Alegría de chopos amarillos
y jóvenes cerezos.
Un cuco canta afuera, tan lejano
como si fuese un sueño
Y la luz es de miel, como aquel día
de tu mejor recuerdo.
En el fondo del bosque centenario
dormitan los misterios.
Pasado y porvenir en el olvido.
Es el presente. Eterno.
No somos. Es el mundo. Y eso basta.
Después ya nada espero.
La tarde lentamente desvanece
un imposible cielo.
Alucinación en Mérida
A Sacri Pizarro, in memoriam
Escucha, como siempre
es ya de noche. Agosto
del 56. Las esquinas
azules del verano
pasan fugaces, pasan
los rostros y los gestos
familiares. Alfonso
Guerrero, Pepe Frutos,
Sacri Pizarro, Amalia...
Paseo con los muertos.
Muertos están los cines
al aire del estío, las terrazas
con blancos veladores
de esta profunda infancia
que, ahora, agosto del 91,
se alza en el recuerdo
o en el sueño. Tú pasas
por estas mismas calles
el año 2100. Admiras
la torre de la iglesia
con un suspiro gótico.
(No sé cómo será
el mundo en el que vivas,
aunque me lo imagino
tan triste como éste,
-en esta noche oscura
en que paseas conmigo,
conmigo que estoy muerto
y que te hablo-.) Mira
los rostros familiares,
los gestos familiares
que no conoceré,
como no he conocido
(ni tú tampoco) esas
caras endurecidas
de mis tatarabuelos.
Amigo del futuro:
anduve donde andas.
Yo tuve una estatura,
un porte, una mirada
tal vez como la tuya.
Inútil que me busques.
Yo sigo estando aquí
igual que tú estarás.
He muerto. Como tú.
Como tus nietos. Como
la torre y las campanas
que doblan o repican
por ti, por mí, por todos.
Esas campanas góticas
que ahora duermen, sueñan.
1902.
Verano del 90
o del 91
o del 3500.
¿En dónde estamos? ¿Somos
sólo un sueño de Dios?
Un viaje de novios (1978)
Como una perla glauca,
Sofía a la luz cadenciosa del otoño.
Un pueblo redimido
de las alienaciones burguesas
picaba los picados billetes de tranvía,
robaba en los supermercados,
compraba mis blue-jeans,
tu blusa, tu pulsera...
Y sin embargo
me turba tu belleza al recordarte.
Contradicciones subjetivas
Contradicciones objetivas
Et O ces voix d’enfants chantant dans la coupole!
Alexis, Vilislova,
mazorcas, vino blanco, el fluir del Maritza.
Dónde estaréis, amigos de una tarde.
Me turba tu belleza al recordarte.
Contradicciones subjetivas
Contradicciones objetivas
Rosas rojas (¿del pueblo?) por ti corté en Bulgaria.
Dime, viento amarillo
Vienes de acariciar las frondas,
vienes de sorprender
la dulce desnudez de las muchachas,
vienes de lejos, vienes
del sol, del mar, de los desiertos,
vienes a despejar mi hipocondría.
Dime el azul profundo de su voz.
Dime el silencio quieto de sus manos.
Dime el aroma fresco de su risa.
Dime el color radiante de sus días.
Tú que sin prisa cruzas
praderas encendidas, altas torres.
Tú que sin pausa doras
los roquedales húmedos, las sendas:
Dime el color profundo de su risa.
Dime el aroma quieto de sus manos.
Dime el silencio fresco de su voz.
Dime el azul radiante de sus días.
Dile que me desangro, dile
que me falta el aliento sin su aliento.
Dile que sin sus labios no soy nada.
Dile mi desamparo sin su cuerpo.
Dime el silencio azul de su sonrisa.
Dime el radiante aroma de sus días.
Dime el color profundo, la quietud...
Dime, viento amarillo.
Mérida, 1960
La calle que da al río. El viejo puente
romano y medieval. La fortaleza
de almenas carcomidas por la yedra.
La frescura del pozo. Dos ancianas
ruinosas bajo el sol magnifícente.
El alto caserón de los geranios.
Las cuatro de la tarde en un reloj parado.
Los coches oficiales con banderas
rojas y gualdas ondeando en el bochorno.
Los niños removiendo la basura.
Aquella gitanita con tracoma.
Maldita piel de toro.
Maldita.
España siglo XX (fragmento)
1901: Don Francisco Largo Caballero estucando un tabique
allá por Lavapiés.
1908: Don Indalecio Prieto viendo crecer las mazorcas
en un vallín de Mieres.
1912: Don Antonio Machado paseando a su tuberculosita
por las estepas de Soria.
1919: Don Manuel Azaña traduciendo The Bible in Spain
junto a una torre mudejar.
1925: Don Miguel Primo de Rivera escanciando montilla
en la noche pegajosa.
1930: Don Gregorio Sabido, pan y tocino
en un descanso de la yunta.
1936: Don Miguel de Unamuno viendo una luna de sangre
en un balcón sobre el Tormes.
Intrahistoria
El hongo de Hiroshima.
El ENIAC, con sus 16.000 lámparas de vacío.
La fulgurante Guerra de los Seis Días.
El Voyager planeando sobre Júpiter.
La caída del Muro de Berlín.
Y gira y gira el tiempo como una campana enloquecida:
años, años, años
hacia atrás.
Y se detiene
en España. Castilla. Era del Señor
de 1376:
“Doy fee de los averes de la defuncta
Antonia Huete:
una sillica,
un crucifixo,
una tinaxa de agua”.